¿Pensar Fuera de la Caja o Fuera de la Pantalla?

“Pensar fuera de la caja ya no es suficiente, habrá que pensar la comunicación gráfica, analógica, como herramienta crítica en tiempos de renders espontáneos de inteligencia artificial”

En tiempos donde la imagen lo es todo, la pregunta que debemos hacernos no es si debemos usar esas herramientas de IA - porque claramente vinieron para quedarse - sino si tenemos realmente algo interesante qué comunicar con ellas. Y sobre todo, si somos capaces de pensar arquitectura en toda su complejidad, antes que apurarnos en representarla sin madurarla.

Casi como si hubiera un vértigo por la inmediatez, cada vez con más frecuencia, la comunicación arquitectónica se convierte en un ejercicio de seducción visual. Se tiende a diseñar imágenes antes que ideas, se piensa en las mejores tomas de proyectos fotogénicos antes que en resolver las relaciones invisibles con el ambiente y la sociedad. La presión por “mostrar(se) bien” parece desplazar, en muchos casos, la necesidad de “pensar claro”. La arquitectura siempre fue un lenguaje y el croquis un modo de pensar y de comunicar ideas complejas a través de síntesis gráficas que no ostentan estética ni técnica, sino la capacidad de codificar el pensamiento. Como dice Pallasmaa: 

“Cada acto de hacer un boceto produce tres juegos diferentes de imágenes; el dibujo en el papel, la imagen en mi memoria y una memoria muscular del acto de dibujar en sí. Imágenes que no son simples instantáneas, sino registros de un proceso de percepción, medida, evaluación, corrección y re-evaluación sucesiva”

Es esa re-evaluación sucesiva, el desafío que asumimos cuando pensamos en nuestra nueva página web preguntándonos , ¿cuál es el peso, visual, que le damos a pensar versus representar nuestros trabajos?, por eso, si bien en un proceso proyectual el croquis no se hace para presentar, sino para pensar, lo vimos también como medio válido para dar a entender y para contar nuestra producción, valorizando justamente su cualidad de condensar la información. Y esperamos que, en quienes no están acostumbrados a ese lenguaje tan despojado de lo figurativo, se despierte al menos, una sensación de intriga. 

Después de todo, en una charla, en una juntada para un café, mate o tereré, cuando entre colegas queremos compartir claramente una idea, un buen croquis en la servilleta o con un palito en el suelo de la obra, son suficientes para expresar complejos pensamientos y decisiones de interrelación entre objeto, materia y lugar. 

Esa práctica “analógica”, de contar nuestros proyectos a través del croquis, nos obligó a esforzarnos por seleccionar, no el mejor ángulo o render, sino la mejor síntesis, nos obligó a revisar y rumiar todo lo ya pensado, para esbozar lo justo y más relevante al comunicar esencias. Es contar, en pocos trazos, a veces meses de pensamiento para resolver un proyecto y años de reflexión viendo una obra en funcionamiento para reconocer los aciertos proyectuales más significativos que terminan por identificarla. 

Con la irrupción de la IA generativa, muchos procesos se aceleran, de una descripción escrita, se obtienen decenas de imágenes, puede ser una aliada formidable, pero exige más que nunca una posición crítica, ya que no reemplaza ni la sensibilidad, ni el juicio, solo multiplica lo que ya somos capaces de pensar, de proyectar; que como dice Helio Piñón, es muy distinto a “desear” y, así pareciera que es como se erigen las herramientas generativas, como capaces de cumplir deseos. Por eso, cuanto más avanza la tecnología, más necesario es el pensamiento proyectual entrenado, para que lo fugaz de, representar, no suprima la voluntad de, pensar, si se quiere, a fuego lento. 

Reivindicar al lápiz no significa renunciar a la tecnología, solo apela a saber usar las herramientas con conciencia. Un corte dibujado con claridad puede ser más elocuente que diez renders. Un croquis puede contener más verdad proyectual que una imagen fotorrealista. 

Arq. Keiji Ishibashi